Por Sebastián Godoy – Supervisor de Desarrollovisor
El Parkinson es una enfermedad producida por un proceso neurodegenerativo multisistémico que afecta al sistema nervioso central provocando la aparición de síntomas motores y no motores. Es una enfermedad crónica y tanto su intensidad como la velocidad de progresión es propia de cada paciente.
Esta enfermedad representa el segundo trastorno neurodegenerativo por su frecuencia, situándose por detrás de la enfermedad de Alzheimer. Se encuentra extendida por todo el mundo y afecta tanto al sexo masculino como al femenino, afectando entre un 1 % a un 2 % de la población por encima de los 60 años o de un 0,5 % a un 5 % de la población mayor de 65 años.
Al día de hoy, se desconoce la causa de su origen, sin embargo, se considera que podría deberse a una combinación de factores genéticos, medioambientales y los derivados del propio envejecimiento del organismo.
La enfermedad se caracteriza por bradiquinesia, rigidez muscular, temblor en reposo y trastornos del equilibrio postural.
Los síntomas comienzan lentamente, en general, en un lado del cuerpo. Sin embargo, con el avance de la enfermedad puede manifestarse en ambos lados.
El temblor es uno de los síntomas motores de esta enfermedad y también el más conocido. Sin embargo, existen otros síntomas que en muchas ocasiones son más invalidantes, como son los denominados síntomas no motores. Entre estos destacan los problemas del sueño, la depresión, los trastornos de control de impulsos, o los problemas cognitivos.
Las enfermedades degenerativas se conocen como aquellos padecimientos en los cuales la función o la estructura de los tejidos u órganos afectados empeoran con el transcurso del tiempo. Esto se debe al daño en las células nerviosas del cerebro que provocan una deficiencia en los niveles de dopamina. La disminución de este neurotransmisor conlleva a que se produzcan los principales síntomas motores mencionados anteriormente.
A pesar de todos los avances de la neurología, hoy en día se desconoce la etiología o causa de la enfermedad de Parkinson, por lo que también se desconoce cómo prevenirla. Afecta tanto a hombres como a mujeres, y más del 70 % de las personas diagnosticadas con Parkinson supera los 65 años de edad. Sin embargo, no es una enfermedad exclusivamente de personas de edad avanzada ya que el 30 % de los diagnosticados es menor de 65 años.
Actualmente la enfermedad de Parkinson no tiene cura, pero sí se puede controlar de forma muy eficaz. Los tratamientos actuales se dirigen únicamente a mejorar los síntomas derivados de la pérdida y muerte neuronal. Como consecuencia de esto, los afectados por Parkinson deben consumir fármacos antiparkinsonianos de por vida, según la dosis y combinación de medicamentos que su neurólogo considere más adecuado para cada caso en particular. En el caso de estadíos muy avanzados de la enfermedad, los problemas a resolver son las fluctuaciones de estado motor y no motor derivadas de la neurodegeneración progresiva y de la regulación dopaminérgica.
Una de las alternativas clínicas más utilizadas para combatir el déficit dopaminérgico es precisamente utilizar fármacos agonistas de dicho transmisor -conocidos como agonistas dopaminérgicos- como es el caso de la Rotigotina, entre otros, con el objetivo de estimular los receptores correspondientes a la dopamina.
Estos fármacos además de estimular dichos receptores, tienen actividad sobre otros sistemas neuroquímicos, principales responsables de los efectos secundarios o de la mejoría de síntomas no motores, como la depresión.
Es importante tener en cuenta que todos los fármacos agonistas dopaminérgicos pueden causar efectos secundarios que deben ser informados al neurólogo de inmediato. Los mismos pueden incluir náuseas, vómitos, estreñimiento, pérdida de apetito, somnolencia, mareos, dolor de cabeza, aumento de peso, hinchazón de extremidades, aumento de la sudoración, boca seca, falta de energía, dolor de articulaciones, visión anormal o latido del corazón irregular.
La administración transdérmica de agonistas dopaminérgicos como la Rotigotina es posible mediante parches transdermales, los cuales generan una estimulación dopaminérgica continua permitiendo una estimulación más fisiológica y garantizando niveles estables del fármaco. Desde ya, la concentración plasmática aumenta a medida que lo hace la dosis, sin importar la modificación del sitio de aplicación, el sexo y la edad de los pacientes.
De hecho, los avances que se han conseguido para la Rotigotina transdermal son tan significativos en cuanto a seguridad y eficacia del tratamiento que representan la única forma farmacéutica a través de la cual se administra dicha droga.
El parche de Rotigotina permite restituir la manera de liberar dopamina de forma constante en pacientes con Parkinson. De esta forma, la liberación del fármaco desde el parche proporciona niveles plasmáticos estables y un mejor cumplimiento terapéutico por parte del paciente.
Asimismo, es importante destacar que la aplicación transdermal podría resultar ventajosa por sobre otras vías de administración; por ejemplo las formas orales (ej: comprimidos), en especial cuando la enfermedad de Parkinson en su fase avanzada puede presentar dificultad para tragar; y los parches de Rotigotina se aplican en la piel una vez al día; pudiéndose inclusive aplicar por un cuidador.
Ofrecemos experiencia y “know how”; y al mismo tiempo, flexibilidad y adaptabilidad a los requerimientos de nuestros clientes.